19 feb 2010

Carnaval – Parte 1

En algunas entregas tengo la intención de transmitir un poco del significado del carnaval para el pueblo brasileño.
Quiero empezar con un extracto del capítulo “O Carnaval, ou o mundo como teatro e prazer” (El Carnaval, o el mundo como teatro y placer) del libro “O que faz do brasil, Brasil” (Qué hace que brasil sea Brasil), de Roberto da Matta, año 1996.
Roberto da Matta es licenciado en Historia y en antropología social con maestría y doctorado en Harvard. Autor de obras referenciales de Antropología, Sociología y Ciencias Políticas de Brasil.

O carnaval, ou o mundo como teatro e prazer
El Carnaval, o el mundo como teatro y placer

Todas las sociedades alternan sus vidas entre rutinas y rituales, trabajo y fiesta, cuerpo y alma, cosas de los hombres y asunto de los dioses, períodos ordinarios – donde la vida transcurre sin problemas – y las fiestas, los rituales, las conmemoraciones, los milagros y las ocasiones extraordinarias, donde todo puede ser iluminado y visto bajo un nuevo prisma, posición, perspectiva, ángulo…
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Para nosotros, brasileños, la fiesta es sinónimo de alegría, el trabajo es eufemismo de castigo, dureza, sudor.
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De hecho, tal como sabemos los brasileños, el carnaval no puede ser serio. De ser así, no sería un carnaval… Pero ¿cómo definir el carnaval? No sería exagerado decir, es una ocasión en que la vida diaria deja de ser operativa y, a causa de ello, un momento extraordinario es inventado. O sea: como toda fiesta, el carnaval crea una situación en que ciertas cosas son posibles y otras deben ser evitadas. No puedo realizar un carnaval con tristeza, de la misma forma que no puedo tener un funeral con alegría.
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Pero, ¿cómo define y ve al Brasil el pueblo en el carnaval? ¿Cuál es la receta para el carnaval brasileño?
Sabemos que el carnaval es definido como “libertad” y como posibilidad de vivir una ausencia fantasiosa y utópica de la miseria, trabajo, obligaciones, pecados y deberes. En una palabra, se trata de un momento donde se puede dejar de vivir la vida como una carga y castigo. Es, en el fondo, la oportunidad de hacer todo al revés: vivir y tener una experiencia del mundo como exceso – pero ahora como exceso de placer, de riqueza (o de “lujo” como se dice en Rio de Janeiro), de alegría y de risa; de placer sensual que queda – finalmente – al alcance de todos.
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El Rey Momo, Dionisio, el Rey de lo Invertido, de la Antiestructura y de la Desregulación, coloca ahora una posibilidad curiosa y, por eso mismo, carnavalesca e imposible en el mundo real de las cosas serias y planificadas por el trabajo. ¡Y que él sugiere un universo social donde la regla es practicar sistemáticamente todos los excesos!
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Pero ¿qué es lo que el Carnaval consigue hacer con Brasil? ¿Qué extraordinario es eso que llamamos colectivamente de carnaval?
Pienso que el Carnaval es básicamente una inversión del mundo. Una catástrofe. Sólo que es un revuelo positivo, esperado, planificado y, por todo ello, visto como deseado y necesario en nuestro mundo social. En él, conforme sabemos, cambiamos la noche por el día; o, lo que es aún más inverosímil: hacemos una noche en pleno día, sustituyendo los movimientos de la rutina diaria por el baile y por las armonías de los movimientos colectivos que desfilan en un conjunto rítmico, como una colectividad indestructible y corporificada en la música y en el canto.
En Carnaval, cambiamos el trabajo que castiga el cuerpo (el viejo “tripalium” o “canga” romana que sojuzgaba a los esclavos) por el uso del cuerpo como instrumento de belleza y de placer. En el trabajo, arruinamos, sometemos y gastamos al cuerpo. En el carnaval eso también ocurre, pero de modo inverso.
Aquí el cuerpo se gasta por el placer. De allí que decimos que “nos reventamos” o “liquidamos” en el carnaval. Aquí usamos el cuerpo para darnos el máximo placer y alegría…
Por la misma lógica, el carnaval permite el intercambio y la sustitución de los uniformes por las “fantasías”. Sabemos que el uniforme (como todas las vestimentas formales del mundo diario) crea orden. El uniforme es una ropa que “uniformiza”, esto es, hace con que todos se vean iguales, sujetos a una misma orden o principio de gobierno. Pero la “fantasía” permite la invención y el intercambio de posiciones. Nótese que en Brasil no decimos “disfraces” o “máscaras”, pero “fantasías”. Nuestro término es más amplio en al menos dos sentidos muy precisos.
Primero, dice más que algo que serviría para apenas tapar o disfrazar el rostro o nariz. Después, porque la palabra “fantasía” tiene doble sentido. Es algo que se puede pensar despierto, el sueño que se tiene cuando la rutina más nos esclaviza y subleva; es también la ropa que sólo se usa en el carnaval o para una situación carnavalizadora. Así, permite que podamos ser todo lo que queríamos, pero que la “vida” no permitió. Con ella – y jamás con el uniforme -, conseguimos una especie de compromiso entre lo que realmente somos y lo que quisiéramos ser. El uniforme achata, ordena y jerarquiza. La fantasía libera, des-construye, abre camino y promueve el pasaje para otros lugares y espacios sociales. Ella permite y ayuda al libre tránsito de las personas por dentro de un espacio social que el mundo cotidiano hace prohibitivo con las represiones de jerarquía y de los prejuicios establecidos.
Es la fantasía que permite pasar de ser nadie a ser alguien; de marginal del mercado laboral a figura mitológica de una historia absolutamente esencial para la creación del momento mágico del carnaval.
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Comemos y bebemos en las calles, cambiando la casa por el mundo público y allí realizando acciones que son repudiadas en el mundo social abierto. Dormimos en el asfalto, en plena calle: lugar peligroso y maldito, con su cotidiano cruel y agitado, pero extrañamente pacífico y seguro en el carnaval. Podemos incluso hacer el amor con protección oficial y policial, pues Gobierno y policía, que durante todo el año nos cubren de impuestos y compostura, ahora nos defienden y comprenden con simpatía nuestro deseo y nuestra humanidad carnavalesca, o mejor, protegida por el carnaval.
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Además, el carnaval obliga a una grave sinceridad. No se puede frecuentar el carnaval sin ganas.
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Igualmente, la crítica social, que puede terminar en prisión y censura, es realizada abiertamente, tanto cuanto la competencia, que todos temen como algo monstruoso, pero que también es aceptada en todos los carnavales brasileños, hechos de innumerables concursos. De hecho, esa competencia es tan abierta que hay competencia para todo: músicas, “fantasías”, mayor capacidad de exhibirse y, naturalmente, la disputa de blocos (1) y escolas de samba, sobretodo en Rio de Janeiro.
Aquí, el mundo se vuelve del revés realmente. No solamente porque las “escolas” son de gente pobre y que vive en los cerros y suburbios de Rio, zonas que congregan la masa de sub-empleados locales, pero tal vez por estar aquí para asistir a un monumental concurso público, a una fantástica competencia donde tanto los jurados oficiales como el público general conocen todas las reglas y todos los medios de perder y vencer.
¿Cosa de otro mundo? ¿Algo extraordinario? Claro que sí. En una sociedad que jamás se vive a sí misma como un juego o un concurso en que las personas pueden cambiar de lugar por el propio desempeño, todo eso es fuera de lo común. Basta observar que nosotros, brasileños, somos un pueblo marcado y dividido por las órdenes tradicionales: el nombre de familia, el título de doctor, el color de la piel, el barrio donde vivimos, el nombre del padrino, las relaciones personales, el ser amigo del Rey, Jefe Político o Presidente. Todo eso nos clasificas socialmente de modo irremediable. Jamás utilizamos el concurso público o la competencia como algo normal entre nosotros, debido a ello es lo trabajoso de hacer una elección honesta y disputada. Ello implica, incluso, algo que evitamos: dar opiniones y disputar voluntades, revelando abiertamente nuestras más legítimas (y ocultas) diferencias sociales. Pero, cosa milagrosa, ahora en plena fiesta de carnaval podemos finalmente abrirnos a nuestras aspiraciones y asociaciones, revelando legítimamente nuestros deseos y ganas. Es lo que hace este concurso de escolas de samba que, sabemos, sólo puede ganarse a pulso. En la base del desempeño, del encanto y ganas de vencer. Aquí, los padrinazgos son controlados y el pueblo actúa como jamás puede realmente actuar: como juez supremo que conoce las reglas del juego y las aplica con ganas y justicia.
(…)
El carnaval es la posibilidad utópica de cambiar de lugar, de intercambiar posiciones en la estructura social. De realmente invertir el mundo en dirección a la alegría, a la abundancia, a la libertad y, sobretodo, a la igualdad de todos los presentes frente a la sociedad. Lástima que todo esto sólo sirva para revelar su justo y exacto opuesto…


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(1) Blocos: Son entidades carnavalescas que desfilan durante el carnaval. Son agrupaciones de personas que usan un "abadá" (camiseta estándar) o disfraz de temática común. Algunos, como el bloco "Bafo da Onça" o el "Cordao do Bola Preta"  son agrupaciones tradicionales con muchos años de actuación en los carnavales brasileños. . 

Bloco Bafo da Onça

Cordao do Bola Preta






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